miércoles, 27 de mayo de 2009

El castellano rioplatense o español rioplatense es una variedad dialectal del español hablada, aproximadamente, por 20 millones de personas.[1] Su uso se extiende en la zona de la cuenca del Río de la Plata, en Argentina y Uruguay, y otras regiones aledañas. Centrado en las ciudades de Buenos Aires, Montevideo, Rosario y La Plata, los cuatro focos poblacionales más importantes de la región, extiende su influencia cultural a regiones geográficamente distantes, como el Perú, sobre todo a través de los medios audiovisuales, en los que es el lecto estándar para Argentina y Uruguay. En general, excepto en las regiones que muestran lazos estrechos de comunicación con otros países —como las fronteras con Chile, Paraguay o Brasil, en que las influencias de otros dialectos del español o el portugués son notables— o de las zonas con una población relativamente estable desde antes de las oleadas migratorias de los siglos XIX y XX, es la forma más extendida del español en la región.
En algunas zonas limítrofes con
Chile se puede escuchar a los habitantes expresarse hablando con una pronunciación que tiene semejanzas con la del español chileno, así como el uso de varias palabras, pero tanto el léxico como las estructuras utilizadas corresponden al español rioplatense. Esta situación se registra especialmente en las provincias de Mendoza, San Juan y en menor medida en San Luis, donde la pronunciación local tiene más influencias del acento cordobés por la cercanía geográfica.
Los rasgos más distintivos del español rioplatense son:
Una forma peculiar de
yeísmo, que es la asimilación de la consonante lateral palatal aproximante ll ([ʎ]) y la palatal aproximante y ([j]), que normalmente se realizan en una fricativa postalveolar, [ʒ] o [ʃ].
La aspiración de la
sibilante ([s]) medial. Este rasgo es común con muchos otros dialectos del idioma español, con variantes particulares en cada área.
Pronunciar la "s" (sorda en otras zonas
hispanoparlantes) de forma sonora antes de vocales, al final de la palabra, y seguida de las consonantes "k" y "p", de manera similar al fonema tsu del japonés.
Un patrón de entonación fuertemente rítmico (particularmente marcado en Buenos Aires), gracias a la frecuente elisión de
vocales en los diptongos.
El
voseo, el uso de formas peculiares para la segunda persona de la conjugación.
Varios de estos rasgos se deben a la influencia
migratoria, especialmente italiana.
Contenido[
ocultar]
1 Fonología
1.1 Yeísmo
1.2 Seseo
2 Léxico
3 Entonación
4 Morfología
4.1 Voseo
4.2 Flexión temporal
4.3 Queísmo
5 Extensión total del dialecto
6 Variantes del Rioplatense
7 Referencias
8 Bibliografía
9 Véase también
10 Enlaces externos
//

español

El español o castellano es una lengua romance del grupo ibérico. Es uno de los seis idiomas oficiales de la ONU[19] y, tras el chino mandarín, es la lengua más hablada del mundo por el número de hablantes que la tienen como lengua materna.[20] [21] Es también idioma oficial en varias de las principales organizaciones político-económicas internacionales (UE,[22] UA,[23] OEA,[24] OEI,[25] TLCAN[26] UNASUR,[27] CARICOM,[28] y el Tratado Antártico,[29] entre otras). Lo hablan como primera y segunda lengua entre 450[30] y 500[31] millones de personas, pudiendo ser la tercera lengua más hablada considerando los que lo hablan como primera y segunda lengua.[32] Por otro lado, el español es el segundo idioma más estudiado en el mundo[33] tras el inglés, con al menos 17,8 millones de estudiantes,[34] si bien otras fuentes indican que se superan los 46 millones de estudiantes[35] distribuidos en 90 países.
El español, como las otras lenguas romances, es una continuación moderna del latín hablado (denominado
latín vulgar), desde el siglo III, que tras el desmembramiento del Imperio Romano fue divergiendo de las otras variantes del latín que se hablaban en las distintas provincias del antiguo Imperio, dando lugar mediante una lenta evolución a las distintas lenguas neolatinas. Debido a su propagación por América, el español es, con diferencia, la lengua neolatina que ha logrado mayor difusión.

miércoles, 20 de mayo de 2009

la literatura

publicada por laura maria hernandez -11-01

la literatura


Don Quijote y Sancho Panza, personajes de Don Quijote de la Mancha.
En la búsqueda de una definición precisa de los conceptos «literatura» y «literario», surgió la disciplina de la Teoría de la Literatura, que empieza por delimitar su objeto de estudio; la literatura. A comienzos del
siglo XX, el formalismo ruso se interesa por el fenómeno literario, e indaga sobre los rasgos que definen y caracterizan los textos literarios, i. e., sobre la literaturidad de la obra. Roman Jakobson plantea que la literatura, entendida como messaje literario, tiene particularidades en la forma que la hacen diferente a otros discursos; ese especial interés por la forma es lo que Jakobson llama función poética, por la que la atención del emisor recae sobre la forma del mensaje (o, lo que es lo mismo, hay por parte del emisor una voluntad de estilo). En efecto, hay determinadas producciones lingüísticas cuya función es únicamente proporcionar placer, un placer de naturaleza estética, en línea con el pensamiento aristotélico. El lenguaje combinaría recurrencias (repeticiones) y desvíos de la norma para alejarse de la lengua estándar, causar extrañeza, renovarse, impresionar la imaginación y la memoria y llamar la atención sobre su forma expresiva.
El lenguaje literario sería un lenguaje estilizado y trascendente, destinado a la perdurabilidad, muy diferente de la lengua de uso común, destinada a su consumo inmediato. La literatura, por otra parte, exige una tradición en la que sustentarse: El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha no habría podido escribirse si no hubieran existido antes los
libros de caballerías. Un texto literario no puede estimarse de forma inmanente y autónoma, sino como consecuencia de otros muchos textos y antecedente de otros (véase intertextualidad).
Wolfang Kayser, a mediados del siglo XX, planea cambiar el término «Literatura» por el de «Belles Lettres», diferenciándolas del habla y de los textos no literarios, en el sentido de que los textos literario-poéticos son un conjunto estructurado de frases portadoras de un conjunto estructurado de significados, donde los significados se refieren a realidades independientes del que habla, creándose así una objetividad y unidad propia.

lunes, 18 de mayo de 2009

caracteristicas generales y generos literarios


Características los grandes temas románticos:
Con la difusión del movimiento romántico a los demás países de Europa, ciertos temas y
actitudes, a menudo entremezclados, se sitúan en el centro de las preocupaciones de los escritores del siglo XIX.
a) Anhelo de libertad: se le entiende entre sentidos:
- Libertad artística: Ser creativos sin necesidades de las reglas reverenciadas por los rígidos neoclásicos.
- Libertad en el espacio: Impulsa al autor romántico a buscar la soledad o huir imaginariamente a países lejanos míticos, cuya vida y paisaje se pinta con devoción.
- Libertad en el
tiempo: Conduce hacia el pasado a través del recuerdo o hacia el futuro por medio del ensueño. - Esto produce al romántico, una ola melancólica "Melancolía por que ya no tiene o melancolía por que aún no se tiene".
El romántico se concibe como un ser libre, el cual se manifiesta como un querer ser y un buscador de la verdad. No puede aceptar
leyes ni sumisión a ninguna autoridad. Muchos románticos heredaron la crisis de la conciencia europea que la Ilustración provocó al cuestionar, en nombre de la razón, los dogmas religiosos.
b) Subjetivismo
Expresa libre y con mucha sinceridad su mundo interior, su yo personal, su ego:
emociones, sentimientos, anhelos. Busca su originalidad en su propia intimidad. Manifiesta tristeza, melancolía y desesperación, por que el romántico es un ser fantasioso, cuyos deseos e ilusiones chocan constantemente con la realidad.
c) Predominio del sentimiento sobre la razón: Pone mayor pasión antes que racionalidad.
d) Nacionalismo: No solo exalta el yo personal, si no también el yo colectivo, "la religión de la patria". Surge así el interés y el gusto por las leyendas y tradiciones, de ahí su predilección por el medioevo, por lo popular y por todo lo que encarna más vivamente el espíritu nacional.
e) Revaloración de la naturaleza: Uno de los rasgos principales del romanticismo fue su preocupación por la naturaleza. El placer que proporcionan los lugares intactos y la (presumible) inocencia de los habitantes del mundo rural se observa por primera vez como tema literario en la obra 'Las estaciones' (1726-1730), del poeta escocés James Thomson. Esta obra se cita a menudo como una influencia decisiva en la poesía romántica inglesa y su visión idílica de la naturaleza, una tendencia liderada por el poeta William Wordsworth. El gusto por la vida rural se funde generalmente con la característica melancolía romántica, un sentimiento que responde a la intuición de
cambio inminente o la amenaza que se cierne sobre un estilo de vida.
f) Valoración del medioevo: Se valoran los ideales medievales de honor caballeresco, de aventuras y de fe cristiana y figuración de
la mujer amada.
g) Abarcó todos los géneros: Como corriente literaria encontró su expresión en la poesía, el teatro, la novela pero también renovó todos los géneros, como la historia, la música y la crítica, extendiéndose así mismo al campo de las bellas artes. Esa revolución literaria es Europea.
h) La pasión por lo exótico: Imbuidos de un nuevo espíritu de libertad, los escritores románticos de todas las culturas ampliaron sus horizontes imaginarios en el espacio y en el tiempo. Regresaron a la
edad media en busca de temas y escenarios y ambientaron sus obras en lugares como las Hébridas de la tradición ossiánica, como en la obra del poeta escocés James MacPherson, o el Xanadú oriental evocado por Coleridge en su inacabado 'Kubla Jan' (c. 1797). Una obra decisiva fue la recopilación de antiguas baladas inglesas y escocesas realizada por Percy Thomas; sus Reliquias de poesía inglesa antigua (1765) ejercieron una influencia notable, tanto formal como temática, en la poesía romántica posterior. La nostalgia por el pasado gótico se funde con la tendencia a la melancolía y genera una especial atracción hacia las ruinas, los cementerios y lo sobrenatural.
i)
El amor y la muerte: El romántico asocia amor y muerte, como ocurre en el Werther de Goethe. El amor atrae al romántico como vía de conocimiento, como sentimiento puro, fe en la vida y cima del arte y la belleza.
El romántico ama el amor por el amor mismo, y éste le precipita a la muerte y se la hace desear, descubriendo en ella un principio de vida, y la posibilidad de convertir la muerte en vida: la muerte de amor es vida, y la vida sin amor es muerte.
En el amor romántico hay una aceptación de la autodestrucción, de la tragedia, porque en el amor se deposita la esperanza en un renacer. En el amor se encarna toda la rebeldía romántica: "Todas las pasiones terminan en tragedia, todo lo que es limitado termina muriendo, toda poesía tiene algo de trágico" (Novalis). En la muerte, el
alma romántica encuentra la liberación de la finitud.
j) El elemento sobrenatural: El gusto por los elementos irracionales y sobrenaturales figura entre las principales características de la literatura inglesa y alemana del periodo romántico. Esta tendencia se vio reforzada en un sentido por la desilusión con el
racionalismo del siglo XVIII, y en otro por la recuperación de una abundante cantidad de literatura antigua (cuentos populares y baladas) realizada por Percy y los eruditos alemanes Jacob y Wilhelm Karl (Grimm) y el escritor danés Hans Christian Andersen o el español Gustavo Adolfo Bécquer, que tanto influyó en los poetas hispanoamericanos. A partir de estos materiales surge, por ejemplo, el motivo del doppelgänger (el doble). Muchos escritores románticos, especialmente los alemanes, se mostraron fascinados con este concepto, que en cierto modo refleja la preocupación romántica por la propia identidad. El poeta Heinrich Heine escribió un poema apócrifo titulado 'Der Doppelgänger' (1827); otra obra basada en el mismo tema es El elixir del diablo (1815-1816), una novela corta de E. T. A. Hoffmann; y lo mismo cabe afirmar de La increíble historia de Peter Schlemihl (1814), de Adelbert von Chamisso, un relato sobre un hombre que vende su sombra al diablo. Mucho tiempo después el gran maestro ruso Fiódor Mijáilovich Dostoievski escribió su famosa novela El doble (1846), un estudio sobre la paranoia de un modesto oficinista.
La coincidencia del periodo romántico con la revolución de
independencia en Hispanoamérica favoreció la importación y amplia difusión del movimiento, pero no fue de "las ideas sino de los tópicos, no del estilo sino de la manera, del subjetivismo sentimental".
Los patriotas hispanoamericanos que vivieron en Londres, a principios de siglo, regresaron cargados de influencias y
modelos. Las señas de identidad del romanticismo hispanoamericano fueron: nacionalismo, exaltación de lo autóctono, lucha por la libertad, denuncia social y moral.
k) La religión de los románticos:
Las posturas románticas acerca de la religión son variadas. No obstante, en general la creencia no la fundan los románticos en ninguna norma establecida, en ninguna moral instituida, sino en un sentimiento interior y en una intuición esencial de lo divino que conduce a una unión mística con Dios.
Para todos los románticos no existe Dios fuera del mundo y del hombre, y debemos actuar motivados por el entusiasmo y el amor ("sintiéndose lleno de Dios", F. Schlegel), una
comunicación directa entre el hombre y la Naturaleza, el hombre y Dios, el Uno y el Todo.Características los grandes temas románticos:
Con la difusión del movimiento romántico a los demás países de Europa, ciertos temas y
actitudes, a menudo entremezclados, se sitúan en el centro de las preocupaciones de los escritores del siglo XIX.
a) Anhelo de libertad: se le entiende entre sentidos:
- Libertad artística: Ser creativos sin necesidades de las reglas reverenciadas por los rígidos neoclásicos.
- Libertad en el espacio: Impulsa al autor romántico a buscar la soledad o huir imaginariamente a países lejanos míticos, cuya vida y paisaje se pinta con devoción.
- Libertad en el
tiempo: Conduce hacia el pasado a través del recuerdo o hacia el futuro por medio del ensueño. - Esto produce al romántico, una ola melancólica "Melancolía por que ya no tiene o melancolía por que aún no se tiene".
El romántico se concibe como un ser libre, el cual se manifiesta como un querer ser y un buscador de la verdad. No puede aceptar
leyes ni sumisión a ninguna autoridad. Muchos románticos heredaron la crisis de la conciencia europea que la Ilustración provocó al cuestionar, en nombre de la razón, los dogmas religiosos.
b) Subjetivismo
Expresa libre y con mucha sinceridad su mundo interior, su yo personal, su ego:
emociones, sentimientos, anhelos. Busca su originalidad en su propia intimidad. Manifiesta tristeza, melancolía y desesperación, por que el romántico es un ser fantasioso, cuyos deseos e ilusiones chocan constantemente con la realidad.
c) Predominio del sentimiento sobre la razón: Pone mayor pasión antes que racionalidad.
d) Nacionalismo: No solo exalta el yo personal, si no también el yo colectivo, "la religión de la patria". Surge así el interés y el gusto por las leyendas y tradiciones, de ahí su predilección por el medioevo, por lo popular y por todo lo que encarna más vivamente el espíritu nacional.
e) Revaloración de la naturaleza: Uno de los rasgos principales del romanticismo fue su preocupación por la naturaleza. El placer que proporcionan los lugares intactos y la (presumible) inocencia de los habitantes del mundo rural se observa por primera vez como tema literario en la obra 'Las estaciones' (1726-1730), del poeta escocés James Thomson. Esta obra se cita a menudo como una influencia decisiva en la poesía romántica inglesa y su visión idílica de la naturaleza, una tendencia liderada por el poeta William Wordsworth. El gusto por la vida rural se funde generalmente con la característica melancolía romántica, un sentimiento que responde a la intuición de
cambio inminente o la amenaza que se cierne sobre un estilo de vida.
f) Valoración del medioevo: Se valoran los ideales medievales de honor caballeresco, de aventuras y de fe cristiana y figuración de
la mujer amada.
g) Abarcó todos los géneros: Como corriente literaria encontró su expresión en la poesía, el teatro, la novela pero también renovó todos los géneros, como la historia, la música y la crítica, extendiéndose así mismo al campo de las bellas artes. Esa revolución literaria es Europea.

publicado por: laura maria hernandez hdez 11-01

miércoles, 13 de mayo de 2009

español en la edad media

La Edad Media, Medievo o Medioevo es el período histórico de la civilización occidental comprendido entre el siglo V y el XV. Su comienzo se sitúa convencionalmente en el año 476 con la caída del Imperio Romano de Occidente y su fin en 1492 con el descubrimiento de América,[1] o en 1453 con la caída del Imperio Bizantino, fecha que tiene la ventaja de coincidir con la invención de la imprenta (Biblia de Gutenberg) y con el fin de la Guerra de los Cien Años.
Actualmente los historiadores del periodo prefieren matizar esta ruptura entre
Antigüedad y Edad Media de manera que entre los siglos III y VIII se suele hablar de Antigüedad Tardía, que habría sido una gran etapa de transición en todos los ámbitos: en lo económico, para la sustitución del modo de producción esclavista por el modo de producción feudal; en lo social, para la desaparición del concepto de ciudadanía romana y la definición de los estamentos medievales, en lo político para la descomposición de las estructuras centralizadas del Imperio romano que dio paso a una dispersión del poder; y en lo ideológico y cultural para la absorción y sustitución de la cultura clásica por las teocéntricas culturas cristiana o islámica (cada una en su espacio).[2]
Suele dividirse en dos grandes períodos: Temprana o Alta Edad Media (siglo V a siglo X, sin una clara diferenciación con la Antigüedad Tardía); y Baja Edad Media (siglo XI a siglo XV), que a su vez puede dividirse en un periodo de plenitud, la Plena Edad Media (siglo XI al siglo XIII), y los dos últimos siglos que presenciaron la Crisis de la Edad Media o del siglo XIV.
Aunque hay algunos ejemplos de utilización previa,
[3] el concepto de Edad Media nació como la segunda edad de la división tradicional del tiempo histórico debida a Cristóbal Cellarius (Historia Medii Aevi a temporibus Constanini Magni ad Constaninopolim a Turcis captam deducta (Jena, 1688),[4] quien la consideraba un tiempo intermedio, sin apenas valor por sí mismo, entre la Edad Antigua identificada con el arte y la cultura de la civilización grecorromana de la Antigüedad clásica y la renovación cultural de la Edad Moderna -en la que él se sitúa- que comienza con el Renacimiento y el Humanismo. La popularización de este esquema ha perpetuado un preconcepto erróneo: el de considerar a la Edad Media como una época oscura, sumida en el retroceso intelectual y cultural, y un aletargamiento social y económico secular (que a su vez se asocia con el feudalismo en sus rasgos más oscurantistas, tal como se definió por los revolucionarios que combatieron el Antiguo Régimen). Sería un periodo dominado por el aislamiento, la ignorancia, la teocracia, la superstición y el miedo milenarista alimentado por la inseguridad endémica, la violencia y la brutalidad de guerras e invasiones constantes y epidemias apocalípticas.[5]
Sin embargo, en este largo periodo de mil años hubo todo tipo de hechos y procesos muy diferentes entre sí, diferenciados temporal y geográficamente, respondiendo tanto a influencias mutuas con otras civilizaciones y espacios como a dinámicas internas. Muchos de ellos tuvieron una gran proyección hacia el futuro, entre otros los que sentaron las bases del desarrollo de la posterior expansión europea, y el desarrollo de los agentes sociales que desarrollaron una sociedad estamental de base predominantemente rural pero que presenció el nacimiento de una incipiente vida urbana y una burguesía que con el tiempo desarrollarán el capitalismo.[6] Lejos de ser una época inmovilista, la Edad Media, que había comenzado con migraciones de pueblos enteros, y continuado con grandes procesos repobladores (Repoblación en la Península Ibérica, Ostsiedlung en Europa Oriental) vio cómo en sus últimos siglos los antiguos caminos (muchos de ellos vías romanas decaídas) se reparaban y modernizaban con airosos puentes, y se llenaban de toda clase de viajeros (guerreros, peregrinos, mercaderes, estudiantes, goliardos) encarnando la metáfora espiritual de la vida como un viaje (homo viator).[7]
También surgieron en la Edad Media formas políticas nuevas, que van desde el califato islámico a los poderes universales de la cristiandad latina (Pontificado e Imperio) o el Imperio Bizantino y los reinos eslavos integrados en la cristiandad oriental (aculturación y evangelización de Cirilo y Metodio); y en menor escala, todo tipo de ciudades estado, desde las pequeñas ciudades episcopales alemanas hasta repúblicas que mantuvieron imperios marítimos como Venecia; dejando en la mitad de la escala a la que tuvo mayor proyección futura: las monarquías feudales, que transformadas en monarquías autoritarias prefiguran el estado moderno.

Santa Sofía de Constantinopla (532-537). Los cuatro minaretes son una adición correspondiente a su transformación en mezquita, a raíz de la conquista turca (1453). El Imperio Bizantino fue la única institución política (aparte del papado) que mantuvo su existencia por la totalidad del periodo medieval.

La ciudad medieval de Carcasona. Ciudades amuralladas, puentes bien guarnecidos y castillos son parte de la imagen bélica de la Edad Media. El aspecto actual es fruto de una recreación historicista del siglo XIX, cuando las murallas ya no eran funcionales, y la mayor parte de las ciudades europeas las derribaba. El deseo de recuperarlas es una muestra de medievalismo.

Ermita del Cristo de la Luz en Toledo, anteriormente mezquita. La convivencia entre civilizaciones alternó entre el enfrentamiento y la tolerancia, el aislamiento y la influencia mutua.
De hecho, todos los conceptos asociados a lo que se ha venido en llamar
modernidad aparecen en la Edad Media, en sus aspectos intelectuales con la misma crisis de la escolástica.[8] Ninguno de ellos sería entendible sin el propio feudalismo, se entienda este como modo de producción (basado en las relaciones sociales de producción en torno a la tierra del feudo) o como sistema político (basado en las relaciones personales de poder en torno a la institución del vasallaje), según las distintas interpretaciones historiográficas.[9]
El choque de civilizaciones entre Cristiandad e Islam, manifestado en la ruptura de la unidad del Mediterráneo (hito fundamental de la época, según Henri Pirenne, en su clásico Mahoma y Carlomagno[10] ), la Reconquista española y las Cruzadas; tuvo también su parte de fértil intercambio cultural (escuela de Traductores de Toledo, Escuela Médica Salernitana) que amplió los horizontes intelectuales de Europa, hasta entonces limitada a los restos de la cultura clásica salvados por el monacato altomedieval y adaptados al cristianismo.
La Edad Media realizó una curiosa combinación entre la diversidad y la unidad. La diversidad fue el nacimiento de las incipientes naciones... La unidad, o una determinada unidad, procedía de la religión cristiana, que se impuso en todas partes... esta religión reconocía la distinción entre clérigos y laicos, de manera que se puede decir que... señaló el nacimiento de una sociedad laica. ... Todo esto significa que la Edad Media fue el período en que apareció y se construyó Europa.
[11]
Esa misma Europa Occidental produjo una impresionante sucesión de estilos artísticos (prerrománico, románico y gótico), que en las zonas fronterizas se mestizaron también con el arte islámico (mudéjar, arte andalusí, arte árabe-normando) o con el arte bizantino.
Artículo principal:
Arte medieval
La ciencia medieval no respondía a una metodología moderna, pero tampoco lo había hecho la de los autores clásicos, que se ocuparon de la naturaleza desde su propia perspectiva; y en ambas edades sin conexión con el mundo de las técnicas, que estaba relegado al trabajo manual de artesanos y campesinos, responsables de un lento pero constante progreso en las herramientas y procesos productivos. La diferenciación entre oficios viles y mecánicos y profesiones liberales vinculadas al estudio intelectual convivió con una teórica puesta en valor espiritual del trabajo en el entorno de los monasterios benedictinos, cuestión que no pasó de ser un ejercicio piadoso, sobrepasado por la mucho más trascendente valoración de la pobreza, determinada por la estructura económica y social y que se expresó en el pensamiento económico medieval.
Artículo principal:
Medievalismo
Medievalismo es tanto la cualidad o carácter de medieval,[12] como el interés por la época y los temas medievales y su estudio; y medievalista el especialista en estas materias.[13] El descrédito de la Edad Media fue una constante durante la Edad Moderna, en la que Humanismo, Renacimiento, Racionalismo, Clasicismo e Ilustración se afirman como reacciones contra ella, o más bien contra lo que entienden que significaba, o contra los rasgos de su propio presente que intentan descalificar como pervivencias medievales. No obstante desde fines del siglo XVI se producen interesantes recopilaciones de fuentes documentales medievales que buscan un método crítico para la ciencia histórica. El Romanticismo y el Nacionalismo del siglo XIX revalorizaron la Edad Media como parte de su programa estético y como reacción anti-académica (poesía y drama románticos, novela histórica, nacionalismo musical, ópera), además de como única posibilidad de encontrar base histórica a las emergentes naciones (pintura de historia, arquitectura historicista, sobre todo el neogótico -labor restauradora y recreadora de Eugène Viollet-le-Duc- y el neomudéjar). Los abusos románticos de la ambientación medieval (exotismo), produjeron ya a mediados del siglo XIX la reacción del realismo.[14] Otro tipo de abusos son los que dan lugar a una abundante literatura pseudohistórica que llega hasta el presente, y que ha encontrado la fórmula del éxito mediático entremezclando temas esotéricos sacados de partes más o menos oscuras de la Edad Media (Archivo Secreto Vaticano, templarios, rosacruces, masones y el mismísimo Santo Grial).[15] Algunos de ellos se vincularon al nazismo, como el alemán Otto Rahn. Por otro lado, hay abundancia de otros tipos de producciones artísticas de ficción de diversa calidad y orientación inspiradas en la Edad Media (literatura, cine, cómic). También se han desarrollado en el siglo XX otros movimientos medievalistas: un medievalismo historiográfico serio, centrado en la renovación metodológica (fundamentalmente por la incorporación de la perspectiva económica y social aportada por el materialismo histórico y la Escuela de los Annales) y un medievalismo popular (espectáculos medievales, más o menos genuinos, como actualización del pasado en el que la comunidad se identifica, lo que se ha venido en llamar memoria histórica).
Contenido[
ocultar]
1 Es impropio hablar de Edad Media en otras civilizaciones
2 El inicio de la Edad Media
3 Alta Edad Media (siglos V al X)
3.1 Los reinos germanorromanos (siglos V al VIII)
3.1.1 ¿Bárbaros?
3.1.2 Las transformaciones del mundo romano
3.1.3 Los distintos reinos
3.1.4 Las instituciones
3.1.5 La cristiandad latina y los bárbaros
3.1.5.1 Otras cristianizaciones medievales
3.1.5.2 Los jázaros, un caso peculiar
3.2 El Imperio Bizantino (siglos IV al XV)
3.2.1 La restauración imperial de Justiniano
3.2.2 Crisis, supervivencia y helenización del Imperio
3.3 La expansión del Islam (desde el siglo VII)
3.3.1 Al-Andalus (siglo VIII al XV)
3.4 Imperio carolingio (siglos VIII y IX)
3.4.1 Surgimiento y ascenso
3.4.2 División y hundimiento
3.5 El sistema feudal
3.5.1 Uso del término "feudalismo"
3.5.2 El vasallaje y el feudo
3.5.3 Los órdenes feudales
3.6 El año mil
3.6.1 La coyuntura del año mil
3.7 La persistencia del miedo y la función de la risa
4 Baja Edad Media (siglos XI al XV)
4.1 La Plena Edad Media (siglos XI al XIII)
4.1.1 La expansión del sistema feudal
4.1.1.1 Dinamismo interno: económico, social, tecnológico e intelectual
4.1.1.2 La universidad
4.1.1.3 La escolástica
4.1.1.4 El surgimiento de la burguesía
4.1.2 Nuevas entidades políticas
4.1.2.1 Poderes Universales, Monarquías Feudales y Ciudades-Estado
4.1.2.2 Parlamentarismo
4.1.3 La Reforma Gregoriana y las reformas monásticas
4.1.4 Innovaciones dogmáticas y devocionales
4.1.4.1 Mariolatría
4.1.4.2 Sacramentos y cohesión social. Minorías religiosas
4.1.4.3 Delito y pecado. El sexo
4.1.5 Expansión geográfica de la Europa feudal
4.1.5.1 Las Cruzadas
4.1.5.2 Balance de la expansión geográfica
4.1.6 Cristianos, musulmanes y judíos en la Península Ibérica
4.2 El ocaso de la Edad Media (siglos XIV y XV)
4.2.1 La crisis del siglo XIV
4.2.2 Consecuencias de la crisis
4.2.3 Nuevas ideas
4.2.4 El fin de la Edad Media en la Península Ibérica
5 Véase también
6 Referencias
6.1 Bibliografía
6.2 Notas
7 Enlaces externos
//

Es impropio hablar de Edad Media en otras civilizaciones

Mapa TO, con Jerusalén en el centro, y las tres partes simplificadas del mundo recordado, más que conocido en la Edad Media.
Las grandes migraciones de la
época de las invasiones significaron paradójicamente un cierre al contacto de Occidente con el resto del mundo. Muy pocas noticias tenían los europeos del milenio medieval (tanto los de la cristiandad latina como los de la cristiandad oriental) de que, aparte de la civilización islámica, que ejerció de puente pero también de obstáculo entre Europa y el resto del Viejo Mundo,[16] se desarrollaban otras civilizaciones. Incluso un vasto reino cristiano como el de Etiopía, al quedar aislado, se convirtió en el imaginario cultural en el mítico reino del Preste Juan, apenas distinguible de las islas atlánticas de San Borondón y del resto de las maravillas dibujadas en los bestiarios y los escasos, rudimentarios e imaginativos mapas. El desarrollo marcadamente autónomo de China, la más desarrollada civilización de la época (aunque volcada hacia su propio interior y ensimismada en sus ciclos dinásticos: Sui, Tang, Song, Yuan y Ming), y la escasez de contactos con ella (el viaje de Marco Polo, o la mucho más importante expedición de Zheng He), que destacan justamente por lo inusuales y por su ausencia de continuidad, no permiten denominar a los siglos V al XV de su historia como historia medieval, aunque a veces se haga, incluso en publicaciones especializadas, más o menos impropiamente.[17]
La Historia de Japón (que durante este periodo estaba en formación como civilización, adaptando las influencias chinas a la cultura autóctona y expandiéndose desde las islas meridionales a las septentrionales), a pesar de su mayor lejanía y aislamiento, suele ser paradójicamente más asociada al término medieval; aunque tal denominación es acotada por la historiografía, significativamente, a un periodo medieval que se localiza entre los años 1000 y 1868, para adecuarse al denominado feudalismo japonés anterior a la era Meiji (véase también shogunato, han y castillo japonés).[18]
La Historia de la India o la del África negra a partir del siglo VII contaron con una mayor o menor influencia musulmana, pero se atuvieron a dinámicas propias bien diferentes (Sultanato de Delhi, Sultanato de Bahmani, Imperio Vijayanagara -en la India- Imperio de Malí, Imperio Songhay -en África negra-). Incluso llegó a producirse una destacada intervención sahariana en el mundo mediterráneo occidental: el Imperio Almorávide.
De un modo todavía más claro, la
Historia de América (que atravesaba sus periodos clásico y postclásico) no tuvo ningún tipo de contacto con el Viejo Mundo, más allá de la llegada de la denominada Colonización vikinga en América que se limitó a una reducida y efímera presencia en Groenlandia y la enigmática Vinland, o la posibles posteriores expediciones de balleneros vascos en parecidas zonas del Atlántico Norte, aunque este hecho ha de entenderse en el contexto del gran desarrollo de la navegación de los últimos siglos de la Baja Edad media, ya encaminada a la Era de los Descubrimientos.
Lo que sí ocurrió, y puede considerarse como una constante del periodo medieval, fue la periódica repetición de puntuales interferencias centroasiáticas en Europa y el Próximo Oriente en forma de invasiones de pueblos del
Asia Central, destacadamente los turcos (köktürks, jázaros, otomanos) y los mongoles (unificados por Gengis Kan) y cuya Horda de Oro estuvo presente en Europa Oriental y conformó la personalidad de los estados cristianos que se crearon, a veces vasallos y a veces resistentes, en las estepas rusas y ucranianas. Incluso en una rara ocasión, la primitiva diplomacia de los reinos europeos bajomedievales vio la posibilidad de utilizar a los segundos como contrapeso a los primeros: la frustrada embajada de Ruy González de Clavijo a la corte de Tamerlán en Samarcanda, en el contexto del asedio mongol de Damasco, un momento muy delicado (1401-1406) en el que también intervino como diplomático Ibn Jaldún. Los mongoles ya habían saqueado Bagdad en una incursión de 1258.[19]

Sueño de Constantino antes de la batalla del Puente Milvio. In hoc signo vinces (Con este signo vencerás). Ilustración de las Homilías de san Gregorio Nacianceno, siglo IX.

El papa Silvestre I bendice a Constantino, del que recibe con la tiara (símbolo del pontificado romano clásico, similar a otros tocados político-religiosos, como la doble corona de los faraones) el poder temporal sobre Roma. Fresco del siglo XIII, capilla de San Silvestre, monasterio de los Cuatro Santos Coronados.

Encuentro de León Magno con Atila, fresco de Rafael Sanzio en las estancias del Vaticano (1514).

El inicio de la Edad Media
Artículo principal:
Antigüedad tardía
Aunque se han propuesto varias fechas para el inicio de la Edad Media, de las cuales la más extendida es la del año 476, lo cierto es que no podemos ubicar el inicio de una manera tan exacta ya que la Edad Media no nace, sino que "se hace" a consecuencia de todo un largo y lento proceso que se extiende por espacio de cinco siglos y que provoca cambios enormes a todos los niveles de una forma muy profunda que incluso repercutirán hasta nuestros días. Podemos considerar que ese proceso empieza con la crisis del siglo III, vinculada a los problemas de reproducción inherentes al modo de producción esclavista, que necesitaba una expansión imperial continua que ya no se producía tras la fijación del limes romano. Posiblemente también confluyeran factores climáticos para la sucesión de malas cosechas y epidemias; y de un modo mucho más evidente las primeras invasiones germánicas y sublevaciones campesinas (bagaudas), en un periodo en que se suceden muchos breves y trágicos mandatos imperiales. Desde Caracalla la ciudadanía romana estaba extendida a todos los hombres libres del Imperio, muestra de que tal condición, antes tan codiciada, había dejado de ser atractiva. El Bajo Imperio adquiere un aspecto cada vez más medieval desde principios del siglo IV con las reformas de Diocleciano: difuminación de las diferencias entre los esclavos, cada vez más escasos, y los colonos, campesinos libres, pero sujetos a condiciones cada vez mayores de servidumbre, que pierden la libertad de cambiar de domicilio, teniendo que trabajar siempre la misma tierra; herencia obligatoria de cargos públicos -antes disputados en reñidas elecciones- y oficios artesanales, sometidos a colegiación -precedente de los gremios-, todo para evitar la evasión fiscal y la despoblación de las ciudades, cuyo papel de centro de consumo y de comercio y de articulación de las zonas rurales cada vez es menos importante. Al menos, las reformas consiguen mantener el edificio institucional romano, aunque no sin intensificar la ruralización y aristocratización (pasos claros hacia el feudalismo), sobre todo en Occidente, que queda desvinculado de Oriente con la partición del Imperio. Otro cambio decisivo fue la implantación del cristianismo como nueva religión oficial por el Edicto de Tesalónica de Teodosio I el Grande (380) precedido por el Edicto de Milán (313) con el que Constantino I el Grande recompensó a los hasta entonces subversivos por su providencialista ayuda en la Batalla del Puente Milvio (312), junto con otras presuntas cesiones más temporales cuya fraudulenta reclamación (Pseudo-donación de Constantino) fue una constante de los Estados Pontificios durante toda la Edad Media, incluso tras la evidencia de su refutación por el humanista Lorenzo Valla (1440).
Ningún evento concreto -a pesar de la abundancia y concatenación de hechos catastróficos- determinó por sí mismo el fin de la
Edad Antigua y el inicio de la Edad Media: ni los sucesivos saqueos de Roma (por los godos de Alarico I en el 410, por los vándalos en el 455, por las propias tropas imperiales de Ricimero en 472, por los ostrogodos en 546), ni la pavorosa irrupción de los hunos de Atila (450-452, con la Batalla de los Campos Cataláunicos y la extraña entrevista con el papa León I el Magno), ni el derrocamiento de Rómulo Augústulo (último emperador romano de Occidente, por Odoacro el jefe de los hérulos -476-); fueron sucesos que sus contemporáneos consideraran iniciadores de una nueva época. La culminación a finales del siglo V de una serie de procesos de larga duración, entre ellos la grave dislocación económica, las invasiones y el asentamiento de los pueblos germanos en el Imperio Romano, hizo cambiar la faz de Europa. Durante los siguientes 300 años, la Europa Occidental mantuvo un período de unidad cultural, inusual para este continente, instalada sobre la compleja y elaborada cultura del Imperio romano, que nunca llegó a perderse por completo, y el asentamiento del cristianismo. Nunca llegó a olvidarse la herencia clásica grecorromana, y la lengua latina, sometida a transformación (latín medieval), continuó siendo la lengua de cultura en toda Europa occidental, incluso más allá de la Edad Media. El derecho romano y múltiples instituciones continuaron vivas, adaptándose de uno u otro modo. Lo que se operó durante ese amplio periodo de transición (que puede darse por culminado para el año 800, con la coronación de Carlomagno) fue una suerte de fusión con las aportaciones de otras civilizaciones y formaciones sociales, en especial la germánica y la religión cristiana. En los siglos siguientes, aún en la Alta Edad Media, serán otras aportaciones las que se añadan, destacadamente el Islam.
Véase también:
Decadencia del Imperio Romano, Invasiones bárbaras, y Pueblos germánicos

División del Imperio Romano, año 395.

Reinos germánicos e Imperio Bizantino hacia 526.

Alta Edad Media (siglos V al X)
Artículo principal:
Alta Edad Media

Los reinos germanorromanos (siglos V al VIII)
Artículo principal:
Reinos germánicos

¿Bárbaros?
Los bárbaros se desparraman furiosos... y el azote de la peste no causa menos estragos, el tiránico exactor roba y el soldado saquea las riquezas y las vituallas escondidas en las ciudades; reina un hambre tan espantosa, que obligado por ella, el género humano devora carne humana, y hasta las madres matan a sus hijos y cuecen sus cuerpos para alimentarse con ellos. Las fieras aficionadas a los cadáveres de los muertos por la espada, por el hambre y por la peste, destrozan hasta a los hombres más fuertes, y cebándose en sus miembros, se encarnizan cada vez más para destrucción del género humano. De esta suerte, exacerbadas en todo el orbe las cuatro plagas: el hierro, el hambre, la peste y las fieras, cúmplense las predicciones que hizo el Señor por boca de sus Profetas. Asoladas las provincias... por el referido encruelecimiento de las plagas, los bárbaros, resueltos por la misericordia del Señor a hacer la paz, se reparten a suertes las regiones de las provincias para establecerse en ellas.
Hidacio, Chronicon (hacia 468).[20]
El texto se refiere concretamente a Hispania y sus provincias, y los bárbaros citados son específicamente los suevos, vándalos y alanos, que en el 406 habían cruzado el limes del Rin (inhabitualmente helado) a la altura de Maguncia y en torno al 409 habían llegado a la Península Ibérica; pero la imagen es equivalente en otros momentos y lugares que el mismo autor narra, del periodo entre 379 y 468.
Los
pueblos germánicos procedentes de la Europa del Norte y del Este, se encontraban en un estadio de desarrollo económico, social y cultural obviamente inferior al del Imperio Romano, al que ellos mismos percibían admirativamente. A su vez eran percibidos con una mezcla de desprecio, temor y esperanza (retrospectivamente plasmados en el influyente poema Esperando a los bárbaros de Constantino Cavafis),[21] e incluso se les atribuyó un papel justiciero (aunque involuntario) desde un punto de vista providencialista por parte de los autores cristianos romanos (Orosio, Salviano de Marsella y San Agustín de Hipona).[22] La denominación de bárbaros (βάρβαρος) proviene de la onomatopeya bar-bar con la que los griegos se burlaban de los extranjeros no helénicos, y que los romanos -bárbaros ellos mismos, aunque helenizados- utilizaron desde su propia perspectiva. La denominación invasiones bárbaras fue rechazada por los historiadores alemanes del siglo XIX, momento en el que el término barbarie designaba para las nacientes ciencias sociales un estadio de desarrollo cultural inferior a la civilización y superior al salvajismo. Prefirieron acuñar un nuevo término: Völkerwanderung ("Migración de Pueblos"),[23] menos violento que invasiones, al sugerir el desplazamiento completo de un pueblo con sus instituciones y cultura, y más general incluso que invasiones germánicas, al incluir a hunos, eslavos y otros.
Los germanos, que disponían de instituciones políticas peculiares, en concreto la asamblea de guerreros libres (
thing) y la figura del rey, recibieron la influencia de las tradiciones institucionales del Imperio y la civilización grecorromana, así como la del cristianismo (aunque no siempre del cristianismo católico o atanasiano, sino del arriano); y se fueron adaptando a las circunstancias de su asentamiento en los nuevos territorios, sobre todo a la alternativa entre imponerse como minoría dirigente sobre una mayoría de población local o fusionarse con ella.
Los nuevos reinos germánicos conformaron la personalidad de Europa Occidental durante la Edad Media, evolucionaron en
monarquías feudales y monarquías autoritarias, y con el tiempo, dieron origen a los estados-nación que se fueron construyendo en torno a ellas. Socialmente, en algunos de estos países (España o Francia), el origen germánico (godo o franco) pasó a ser un rasgo de honor u orgullo de casta ostentado por la nobleza como distinción sobre el conjunto de la población.

Las transformaciones del mundo romano

Gala Placidia y sus hijos, Valentiniano III y Justa Grata Honoria.
Véase también:
Decadencia del Imperio Romano
El Imperio Romano había pasado por invasiones externas y guerras civiles terribles en el pasado, pero a finales del siglo IV, aparentemente, la situación estaba bajo control. Hacía escaso tiempo que Teodosio había logrado nuevamente unificar bajo un solo centro ambas mitades del Imperio (392) y establecido una nueva religión de Estado, el Cristianismo niceno (Edicto de Tesalónica -380), con la consiguiente persecución de los tradicionales cultos paganos y las heterodoxias cristianas. El clero cristiano, convertido en una jerarquía de poder, justificaba ideológicamente a un Imperium Romanum Christianum y a la dinastía Teodosiana como había comenzado a hacer ya con la Constantiniana desde el Edicto de Milán (313).
Se habían encauzado los afanes de protagonismo político de los más ricos e influyentes senadores romanos y de las provincias occidentales. Además, la dinastía había sabido encauzar acuerdos con la poderosa aristocracia militar, en la que se enrolaban nobles germanos que acudían al servicio del Imperio al frente de soldados unidos por lazos de fidelidad hacia ellos. Al morir en
395, Teodosio confió el gobierno de Occidente y la protección de su joven heredero Honorio al general Estilicón, primogénito de un noble oficial vándalo que había contraído matrimonio con Flavia Serena, sobrina del propio Teodosio. Sin embargo, cuando en el 455 murió asesinado Valentiniano III, nieto de Teodosio, una buena parte de los descendientes de aquellos nobles occidentales (nobilissimus, clarissimus) que tanto habían confiado en los destinos del Imperio parecieron ya desconfiar del mismo, sobre todo cuando en el curso de dos decenios se habían podido dar cuenta de que el gobierno imperial recluido en Rávena era cada vez más presa de los exclusivos intereses e intrigas de un pequeño grupo de altos oficiales del ejército itálico. Muchos de éstos eran de origen germánico y cada vez confiaban más en las fuerzas de sus séquitos armados de soldados convencionales y en los pactos y alianzas familiares que pudieran tener con otros jefes germánicos instalados en suelo imperial junto con sus propios pueblos, que desarrollaban cada vez más una política autónoma. La necesidad de acomodarse a la nueva situación quedó evidenciada con el destino de Gala Placidia, princesa imperial rehén de los propios saqueadores de Roma (el visigodo Alarico I y su primo Ataúlfo, con quien finalmente se casó); o con el de Honoria, hija de la anterior (en segundas nupcias con el emperador Constancio III) que optó por ofrecerse como esposa al propio Atila enfrentándose a su propio hermano Valentiniano.

Alaricus rex gothorum, sello de Alarico II, rey visigodo.
Necesitados de mantener una posición de predominio social y económico en sus regiones de origen, reducidos sus patrimonios fundiarios a dimensiones provinciales, y ambicionando un protagonismo político propio de su linaje y de su cultura, los
honestiores (los más honestos u honrados, los que tienen honor), representantes de las aristocracias tardorromanas occidentales habrían acabado por aceptar las ventajas de admitir la legitimidad del gobierno de dichos reyes germánicos, ya muy romanizados, asentados en sus provincias. Al fin y al cabo, éstos, al frente de sus soldados, podían ofrecerles bastante mayor seguridad que el ejército de los emperadores de Rávena. Además, el avituallamiento de dichas tropas resultaba bastante menos gravoso que el de las imperiales, por basarse en buena medida en séquitos armados dependientes de la nobleza germánica y alimentados con cargo al patrimonio fundiario provincial de la que ésta ya hacía tiempo se había apropiado. Menos gravoso tanto para los aristócratas provinciales como también para los grupos de humiliores (los más humildes, los rebajados en tierra -humus-) que se agrupaban jerárquicamente en torno a dichos aristócratas, y que, en definitiva, eran los que habían venido soportando el máximo peso de la dura fiscalidad tardorromana. Las nuevas monarquías, más débiles y descentralizadas que el viejo poder imperial, estaban también más dispuestas a compartir el poder con las aristocracias provinciales, máxime cuando el poder de estos monarcas estaba muy limitado en el seno mismo de sus gentes por una nobleza basada en sus séquitos armados, desde su no muy lejano origen en las asambleas de guerreros libres, de los que no dejaban de ser primun inter pares.
Pero esta metamorfosis del Occidente romano en romano-germano, no había sido consecuencia de una inevitabilidad claramente evidenciada desde un principio; por el contrario, el camino había sido duro, zigzagueante, con ensayos de otras soluciones, y con momentos en que parecía que todo podía volver a ser como antes. Así ocurrió durante todo el
siglo V, y en algunas regiones también en el siglo VI como consecuencia, entre otras cosas, de la llamada Recuperatio Imperii o Reconquista de Justiniano.

Los distintos reinos

Batalla de Vouillé (507), entre francos y visigodos, representada en un manuscrito del siglo XIV.
Las
invasiones bárbaras desde el siglo III habían demostrado la permeabilidad del limes romano en Europa, fijado en el Rin y el Danubio. La división del Imperio en Oriente y Occidente, y la mayor fortaleza del imperio oriental o bizantino, determinó que fuera únicamente en la mitad occidental donde se produjo el asentamiento de estos pueblos y su institucionalización política como reinos.
Fueron los
visigodos, primero como Reino de Tolosa y luego como Reino de Toledo, los primeros en efectuar esa institucionalización, valiéndose de su condición de federados, con la obtención de un foedus con el Imperio, que les encargó la pacificación de las provincias de Galia e Hispania, cuyo control estaba perdido en la práctica tras las invasiones del 410 por suevos, vándalos y alanos. De éstos, sólo los suevos lograron el asentamiento definitivo en una zona: el Reino de Braga, mientras que los vándalos se establecieron en el norte de África y las islas del Mediterráneo Occidental, pero fueron al siglo siguiente eliminados por los bizantinos durante la gran expansión territorial de Justiniano I (campañas de los generales Belisario, del 533 al 544, y Narsés, hasta el 554). Simultáneamente los ostrogodos consiguieron instalarse en Italia expulsando a los hérulos, que habían expulsado a su vez de Roma al último emperador de Occidente. El Reino Ostrogodo desapareció también frente a la presión bizantina de Justiniano I.
Un segundo grupo de pueblos germánicos se instala en Europa Occidental en el
siglo VI, de entre los que destaca el Reino franco de Clodoveo y sus sucesores merovingios, que desplaza a los visigodos de las Galias, forzándolos a trasladar su capital de Tolosa (Toulouse) a Toledo. También derrotaron a burgundios y alamanes, absorbiendo sus reinos. Algo más tarde los lombardos se establecen en Italia (568-9), pero serán derrotados a finales del siglo VIII por los mismos francos, que reinstaurarán el Imperio con Carlomagno (año 800).
En Gran Bretaña se instalarán los
anglos, sajones y jutos, que crearán una serie de reinos rivales que serán unificados por los daneses (un pueblo nórdico) en lo que terminará por ser el reino de Inglaterra.

Las instituciones

Breviario de Alarico, en un manuscrito del siglo X.
La monarquía germánica era en origen una institución estrictamente temporal, vinculada estrechamente al prestigio personal del rey, que no pasaba de ser un
primus inter pares (primero entre iguales), que la asamblea de guerreros libres elegía (monarquía electiva), normalmente para una expedición militar concreta o para una misión específica. Las migraciones a que se vieron sometidos los pueblos germánicos desde el siglo III hasta el siglo V (encajonados entre la presión de los hunos al este y la resistencia del limes romano al sur y oeste) fue fortaleciendo la figura del rey, al tiempo que se entraba en contacto cada vez mayor con las instituciones políticas romanas, que acostumbraban a la idea de un poder político mucho más centralizado y concentrado en la persona del Emperador romano. La monarquía se vinculó a las personas de los reyes de forma vitalicia, y la tendencia era a hacerse monarquía hereditaria, dado que los reyes (al igual que habían hecho los emperadores romanos) procuraban asegurarse la elección de su sucesor, la mayor parte de las veces aún en vida y asociándolos al trono. El que el candidato fuera el primogénito varón no era una necesidad, pero se terminó imponiendo como una consecuencia obvia, lo que también era imitado por las demás familias de guerreros, enriquecidos por la posesión de tierras y convertidos en linajes nobiliarios que se emparentaban con la antigua nobleza romana, en un proceso que puede denominarse feudalización. Con el tiempo, la monarquía se patrimonializó, permitiendo incluso la división del reino entre los hijos del rey.
El respeto a la figura del rey se reforzó mediante la
sacralización de su toma de posesión (unción con los sagrados óleos por parte de las autoridades religiosas y uso de elementos distintivos como orbe, cetro y corona, en el transcurso de una elaborada ceremonia: la coronación) y la adición de funciones religiosas (presidencia de concilios nacionales, como los Concilios de Toledo) y taumatúrgicas (toque real de los reyes de Francia para la cura de la escrófula). El problema se suscitaba cuando llegaba el momento de justificar la deposición de un rey y su sustitución por otro que no fuera su sucesor natural. Los últimos merovingios no gobernaban por sí mismos, sino mediante los cargos de su corte, entre los que destacaba el mayordomo de palacio. Únicamente tras la victoria contra los invasores musulmanes en la batalla de Poitiers el mayordomo Carlos Martel se vio justificado para argumentar que la legitimidad de ejercicio le daba méritos suficientes para fundar él mismo su propia dinastía: la carolingia. En otras ocasiones se recurría a soluciones más imaginativas (como forzar la tonsura -corte eclesiástico del pelo- del rey visigodo Wamba para incapacitarle).
Los problemas de convivencia entre las minorías germanas y las mayorías locales (hispano-romanas, galo-romanas, etc.) fueron solucionados con más eficacia por los reinos con más proyección en el tiempo (visigodos y francos) a través de la fusión, permitiendo los matrimonios mixtos, unificando la legislación y realizando la conversión al
catolicismo frente a la religión originaria, que en muchos casos ya no era el paganismo tradicional germánico, sino el cristianismo arriano adquirido en su paso por el Imperio Oriental.
Algunas características propias de las instituciones germanas se conservaron: una de ellas el predominio del
derecho consuetudinario sobre el derecho escrito propio del Derecho romano. No obstante los reinos germánicos realizaron algunas codificaciones legislativas, con mayor o menor influencia del derecho romano o de las tradiciones germánicas, redactadas en latín a partir del siglo V (leyes teodoricianas, edicto de Teodorico, Código de Eurico, Breviario de Alarico). El primer código escrito en lengua germánica fue el del rey Ethelberto de Kent, el primero de los anglosajones en convertirse al cristianismo (comienzos del siglo VI). El visigótico Liber Iudicorum (Recesvinto, 654) y la franca Ley Sálica (Clodoveo, 507-511) mantuvieron una vigencia muy prolongada por su consideración como fuentes del derecho en las monarquías medievales y del Antiguo Régimen.[24]
Véase también: Derecho germánico y Derecho visigodo

La cristiandad latina y los bárbaros

Libro de Kells o Evangeliario de San Columba, arte hiberno-sajón o irlando-sajón.
La expansión del
cristianismo entre los bárbaros, el asentamiento de la autoridad episcopal en las ciudades y del monacato en los ámbitos rurales (sobre todo desde la regla de San Benito de Nursia -monasterio de Montecassino, 529-), constituyeron una poderosa fuerza fusionadora de culturas y ayudó a asegurar que muchos rasgos de la civilización clásica, como el derecho romano y el latín, pervivieran en la mitad occidental del Imperio, e incluso se expandiera por Europa Central y septentrional. Los francos se convirtieron al catolicismo durante el reinado de Clodoveo I (496 ó 499) y, a partir de entonces, expandieron el cristianismo entre los germanos del otro lado del Rin. Los suevos, que se habían hecho cristianos arrianos con Remismundo (459-469), se convirtieron al catolicismo con Teodomiro (559-570) por las predicaciones de San Martín de Dumio. En ese proceso se habían adelantado a los propios visigodos, que habían sido cristianizados previamente en Oriente en la versión arriana (en el siglo IV), y mantuvieron durante siglo y medio la diferencia religiosa con los católicos hispano-romanos incluso con luchas internas dentro de la clase dominante goda, como demostró la rebelión y muerte de San Hermenegildo (581-585), hijo del rey Leovigildo). La conversión al catolicismo de Recaredo (589) marcó el comienzo de la fusión de ambas sociedades, y de la protección regia al clero católico, visualizada en los Concilios de Toledo (presididos por el propio rey). Los años siguientes vieron un verdadero renacimiento visigodo[25] con figuras de la influencia de san Isidoro de Sevilla (y sus hermanos Leandro, Fulgencio y Florentina, los cuatro santos de Cartagena), Braulio de Zaragoza o Ildefonso de Toledo, de gran repercusión en el resto de Europa y en los futuros reinos cristianos de la Reconquista (véase cristianismo en España, monasterio en España, monasterio hispano y liturgia hispánica). Los ostrogodos, en cambio, no dispusieron de tiempo suficiente para realizar la misma evolución en Italia. No obstante, del grado de convivencia con el papado y los intelectuales católicos fue muestra que los reyes ostrogodos los elevaban a los cargos de mayor confianza (Boecio y Casiodoro, ambos magister officiorum con Teodorico el Grande), aunque también de lo vulnerable de su situación (ejecutado el primero -523- y apartado por los bizantinos el segundo -538-). Sus sucesores en el dominio de Italia, los también arrianos lombardos, tampoco llegaron a experimentar la integración con la población católica sometida, y su divisiones internas hicieron que la conversión al catolicismo del rey Agilulfo (603) no llegara a tener mayores consecuencias.
El cristianismo fue llevado a
Irlanda por San Patricio a principios del siglo V, y desde allí se extendió a Escocia, desde donde un siglo más tarde regresó por la zona norte a una Inglaterra abandonada por los cristianos britones a los paganos pictos y escotos (procedentes del norte de Gran Bretaña) y a los también paganos germanos procedentes del continente (anglos, sajones y jutos). A finales del siglo VI, con el Papa Gregorio Magno, también Roma envió misioneros a Inglaterra desde el sur, con lo que se consiguió que en el transcurso de un siglo Inglaterra volviera a ser cristiana.
A su vez, los britones habían iniciado una emigración por vía marítima hacia la península de
Bretaña, llegando incluso hasta lugares tan lejanos como la costa cantábrica entre Galicia y Asturias, donde fundaron la diócesis de Britonia. Esta tradición cristiana se distinguía por el uso de la tonsura céltica o escocesa, que rapaba la parte frontal del pelo en vez de la coronilla.
La supervivencia en Irlanda de una comunidad cristiana aislada de Europa por la barrera pagana de los anglosajones, provocó una evolución diferente al cristianismo continental, lo que se ha denominado
cristianismo celta. Conservaron mucho de la antigua tradición latina, que estuvieron en condiciones de compartir con Europa continental apenas la oleada invasora se hubo calmado temporalmente. Tras su extensión a Inglaterra en el siglo VI, los irlandeses fundaron en el siglo VII monasterios en Francia, en Suiza (Saint Gall), e incluso en Italia, destacándose particularmente los nombres de Columba y Columbano. Las Islas Británicas fueron durante unos tres siglos el vivero de importantes nombres para la cultura: el historiador Beda el Venerable, el misionero Bonifacio de Alemania, el educador Alcuino de York, o el teólogo Juan Escoto Erígena, entre otros. Tal influencia llega hasta la atribución de leyendas como la de Santa Úrsula y las Once Mil Vírgenes, bretona que habría efectuado un extraordinario viaje entre Britania y Roma para acabar martirizada en Colonia.[26]

Otras cristianizaciones medievales
Por su parte, la extensión del cristianismo entre los
búlgaros y la mayor parte de los pueblos eslavos (serbios, moravos y los pueblos de Crimea y estepas ucranianas y rusas) fue muy posterior, y a cargo del Imperio Bizantino, con lo que se hizo con el credo ortodoxo (predicaciones de Cirilo y Metodio, siglo IX); mientras que la evangelización de otros pueblos de Europa Oriental (el resto de los eslavos -polacos, eslovenos y croatas-, bálticos y húngaros) y de los pueblos nórdicos (vikingos escandinavos) se hizo por el cristianismo latino partiendo de Europa Central, en un periodo todavía más tardío (hasta los siglos XI y XII).
Es una locura creer en los dioses.
Saga de Hrafnkell, sacerdote de Frey (Islandia, compuesta a finales del siglo XIII, pero ambientada en época precristiana).[27]

Los jázaros, un caso peculiar
Artículo principal:
Jázaros
Los jázaros eran un pueblo turco procedente del Asia central (donde se había formado desde el siglo VI el imperio de los Köktürks) que en su parte occidental había dado origen a un importante estado que dominaba el Cáucaso y las estepas rusas y ucranianas hasta Crimea en el siglo VII. Su clase dirigente se convirtió mayoritariamente al judaísmo, peculiaridad religiosa que le convertía en un vecino excepcional entre el Califato islámico de Damasco y el Imperio cristiano de Bizancio.

El Imperio Bizantino (siglos IV al XV)

Corte del emperador bizantino Justiniano I, mosaico de San Vital de Rávena.
Artículo principal:
Imperio Bizantino
La división entre Oriente y Occidente fue, además de una estrategia política (inicialmente de Diocleciano -286- y hecha definitiva con Teodosio -395-), un reconocimiento de la diferencia esencial entre ambas mitades del Imperio. Oriente, en sí mismo muy diverso (Tracia -Península Balcánica-, Asia -Anatolia, Cáucaso, Siria, Palestina y la frontera mesopotámica con los persas- y Egipto), era la parte más urbanizada y con economía más dinámica y comercial, frente a un Occidente en vías de feudalización, ruralizado, con una vida urbana en decadencia, mano de obra esclava cada vez más escasa y la aristocracia cada vez más ajena a las estructuras del poder imperial y recluida en sus lujosas villae autosuficientes, cultivadas por colonos en régimen similar a la servidumbre. La lingua franca en Oriente era el griego, frente al latín de Occidente. En la implantación de la jerarquía cristiana, Oriente disponía de todos los patriarcados de la Pentarquía menos el de Roma (Alejandría, Antioquía y Constantinopla, a los que se añadió Jerusalén tras el concilio de Calcedonia de 451); incluso la primacía romana (sede pontificia o cátedra de San Pedro) era un hecho discutido.
La supervivencia de Roma en Oriente no dependía de la suerte de Occidente, mientras que lo contrario sí: de hecho, los emperadores orientales optaron por sacrificar la ciudad de
Rómulo y Remo -que ya ni siquiera era la capital occidental- cuando lo consideraron conveniente, abandonándola a su suerte o incluso desplazando hacia ella a los bárbaros más agresivos, lo que precipitó su caída.
Véase también:
Constantinopla

La restauración imperial de Justiniano
Artículo principal:
Recuperatio Imperii
Justiniano I consolidó la frontera del Danubio y, desde 532 logró un equilibrio en la frontera con la Persia sasánida, lo que le permitió desplazar los esfuerzos bizantinos hacia el Mediterráneo, reconstruyendo la unidad del Mare Nostrum: En 533, una expedición del general Belisario aniquila a los vándalos (batalla de Ad Decimum y batalla de Tricamarum) incorporando la provincia de África y las islas del Mediterráneo Occidental (Cerdeña, Córcega y las Baleares). En 535 Mundus ocupó Dalmacia y Belisario Sicilia. Narsés elimina a los ostrogodos de Italia en 554-555. Rávena volvió a ser una ciudad imperial, donde se conservarán los fastuosos mosaicos de San Vital. Liberio sólo consiguió desplazar a los visigodos de la costa sureste de la Península Ibérica y de la provincia Bética.
En Constantinopla se iniciaron dos programas ambiciosos y de prestigio con el fin de asentar la autoridad imperial: uno de recopilación legislativa: el
Digesto, dirigido por Triboniano (publicado en 533), y otro constructivo: la Iglesia de Santa Sofía, de los arquitectos Antemio de Tralles e Isidoro de Mileto (levantada entre el 532 y el 537). Un símbolo de la civilización clásica fue clausurado: la Academia de Atenas (529).[28] Otro, las carreras de cuadrigas siguieron siendo una diversión popular que levantaba pasiones. De hecho, eran utilizadas políticamente, expresando el color de cada equipo divergencias religiosas (un precoz ejemplo de movilizaciones populares utilizando colores políticos). La revuelta de Niká (534) estuvo a punto de provocar la huida del emperador, que evitó la emperatriz Teodora con su famosa frase la púrpura es un glorioso sudario.[29]

Cirilo y Metodio, los apóstoles de los eslavos, con el alfabeto cirílico en un icono ruso del siglo XVIII o XIX.

Esta página del Psalterio Chludov (uno de los tres únicos manuscritos ilustrados iconódulos que sobrevivieron al siglo IX) ilustra un pasaje evangélico en que un soldado ofrece a Cristo vinagre en una esponja atada a una lanza. En el plano inferior se caricaturiza al último Patriarca de Constantinopla iconoclasta, Juan el Gramático, borrando un icono de Cristo con una esponja similar.

Mosaico bizantino con el tema de la Theotokos (María como Madre de Dios). Los nimbos representan la santidad (el del Niño Jesús, cruciforme, la divinidad y el sacrificio de la Cruz). El fondo dorado representa la eternidad celeste, además de cumplir con el horror vacui propio del estilo. Todos sus rasgos: el cromatismo, la frontalidad y la linealidad (bordes nítidos, marcado de los pliegues), además de influir grandemente en el románico de Europa Occidental, se reprodujeron y continuaron, estereotipados, en los iconos religiosos de épocas posteriores en toda Europa Oriental.

Basilio II Bulgaróctono Βασίλειος Β΄ Βουλγαροκτόνος (lo que quiere decir: "matador de búlgaros"; el nombre "Basilio", Basileus significa "rey" en griego, y era el título que se daba al emperador). Perteneciente a de la dinastía macedónica. Su periodo en el trono (976-1025) llevó al Imperio Bizantino a su máxima extensión territorial desde la invasión musulmana, ocupando parte de Siria, Crimea y los Balcanes hasta el Danubio. Medio siglo más tarde comenzó la decadencia definitiva, con sucesivas pérdidas territoriales e intervenciones exteriores, que a pesar de todo se prolongó varios siglos, hasta 1453.

Crisis, supervivencia y helenización del Imperio
Los siglos VII y VIII representaron para Bizancio una edad oscura similar a la de occidente, que incluyó también una fuerte ruralización y feudalización en lo social y económico y una pérdida de prestigio y control efectivo del poder central. A las causas internas se sumó la renovación de la guerra con los persas, nada decisiva pero especialmente extenuante, a la que siguió la invasión musulmana, que privó al Imperio de las provincias más ricas: Egipto y Siria. No obstante, en el caso bizantino, la disminución de la producción intelectual y artística respondía además a los efectos particulares de la
querella iconoclasta, que no fue un simple debate teológico entre iconoclastas e iconódulos, sino un enfrentamiento interno desatado por el patriarcado de Constantinopla, apoyado por el emperador León III, que pretendía acabar con la concentración de poder e influencia política y religiosa de los poderosos monasterios y sus apoyos territoriales (puede imaginarse su importancia viendo cómo ha sobrevivido hasta la actualidad el Monte Athos, fundado más de un siglo después, en 963).
La recuperación de la autoridad imperial y la mayor estabilidad de los siglos siguientes trajo consigo también un proceso de helenización, es decir, de recuperación de la identidad griega frente a la oficial entidad romana de las instituciones, cosa más posible entonces, dada la limitación y homogeneización geográfica producida por la pérdida de las provincias, y que permitía una organización territorial militarizada y más fácilmente gestionable: los temas (
themata) con la adscripción a la tierra de los militares en ellos establecidos, lo que produjo formas similares al feudalismo occidental.
El periodo entre
867 y 1056, bajo la dinastía macedonia, se conoce con el nombre de Renacimiento Macedónico, en que Bizancio vuelve a ser una potencia mediterránea y se proyecta hacia los pueblos eslavos de los Balcanes y hacia el norte del Mar Negro. La evangelización de Cirilo y Metodio obtendrá una esfera de influencia bizantina en Europa Oriental que cultural y religiosamente tendrá una gran proyección futura mediante la difusión del alfabeto cirílico (adaptación del alfabeto griego para la representación de los fonemas eslavos, que se sigue utilizando en la actualidad); así como la del cristianismo ortodoxo (predominante desde Serbia hasta Rusia).
Sin embargo, la segunda mitad del siglo XI presenciará un nuevo desafío islámico, esta vez protagonizado por los
turcos selyúcidas y la intervención del Papado y de los europeos occidentales, mediante la intervención militar de las Cruzadas, la actividad comercial de los mercaderes italianos (genoveses, amalfitanos, pisanos y sobre todo venecianos)[30] y las polémicas teológicas del denominado Cisma de Oriente o Gran Cisma de Oriente y Occidente, con lo que la teórica ayuda cristiana se demostró tan negativa o más para el Imperio Oriental que la amenaza musulmana. El proceso de feudalización se acentuó al verse forzados los emperadores Comneno a realizar cesiones territoriales (denominadas pronoia) a la aristocracia y a miembros su propia familia.[31]

La expansión del Islam (desde el siglo VII)

Expansión árabe en el siglo VII: califa Abu Bakr en la zona I, Omar en la II, Uthman en la III y Ali en la IV.
Artículo principal:
Expansión musulmana
En el siglo VII, tras las predicaciones de Mahoma y las conquistas de los primeros califas (a la vez líderes políticos y religiosos, en una religión -el Islam- que no reconoce distinciones entre laicos y clérigos), se había producido la unificación de Arabia y la conquista del Imperio Persa y de buena parte del Imperio Bizantino. En el siglo VIII se llegó a la Península Ibérica, la India y el Asia Central (batalla del Talas -751- victoria islámica ante China tras la que no se profundizó en ese Imperio, pero que permitió un mayor contacto con su civilización, aprovechando los conocimientos de los prisioneros). En el occidente la expansión musulmana se frenó desde la batalla de Poitiers (732) ante los francos y la mitificada batalla de Covadonga ante los asturianos (722). La presencia de los musulmanes como una civilización rival alternativa asentada en la mitad sur de la cuenca del Mediterráneo, cuyo tráfico marítimo pasan a controlar, obligó al cierre en sí misma de Europa Occidental por varios siglos, y para algunos historiadores significó el verdadero comienzo de la Edad Media.[32]
Desde el siglo VIII se produjo una difusión más lenta de la civilización islámica por sitios tan lejanos como Indonesia y el continente africano, y desde el siglo XIV por Anatolia y los Balcanes. Las relaciones con la India fueron también muy estrechas durante el resto de la Edad Media (aunque la imposición del imperio mogol no se produjo hasta el siglo XVI), mientras que el Océano Índico se convirtió casi en un Mare Nostrum árabe, donde se ambientaron las aventuras de Simbad el marino (uno de los cuentos de Las mil y una noches de la época de Harún al-Rashid).[33] El tráfico comercial de las rutas marítimas y caravaneras unían el Índico con el Mediterráneo a través del Mar Rojo o el Golfo Pérsico y las caravanas del desierto. Esa llamada ruta de las especias (prefigurada por la ruta del incienso en la Edad Antigua) fue esencial para que llegaran a occidente retazos de la ciencia y la cultura de Extremo Oriente. Por el norte, la ruta de la seda cumplió la misma función atravesando los desiertos y las cordilleras del Turquestán. El ajedrez, la numeración indo-arábiga y el concepto de cero, así como algunas obras literarias (Calila e Dimna) estuvieron entre los aportes hindúes y persas. El papel, el grabado o la pólvora, entre las chinas. La función de los árabes, y de los persas, sirios, egipcios y españoles arabizados (no sólo islámicos, pues hubo muchos que mantuvieron su religión cristiana o judía -no tanto la zoroastriana-) distó mucho de ser mera transmisión, como testimonia la influencia de la reinterpretación de la filosofía clásica que llegó a través de los textos árabes a Europa Occidental a partir de las traducciones latinas desde el siglo XII, y la difusión de cultivos y técnicas agrícolas por la región mediterránea. En un momento en que estaban prácticamente ausentes de la economía europea, destacaron las prácticas comerciales y la circulación monetaria en el mundo islámico, animadas por la explotación de minas de oro tan lejanas como las del África subsahariana, junto con otro tipo de actividades, como el tráfico de esclavos.
La unidad inicial del
mundo islámico, que se había cuestionado ya en el aspecto religioso con la separación de suníes y chiíes, se rompió también en lo político con la sustitución de los Omeyas por los Abbasíes al frente del califato en el 749, que además sustituyeron Damasco por Bagdad como capital. Abderramán I, el último superviviente Omeya, consiguió fundar en Córdoba un emirato independiente para Al-Ándalus (nombre árabe de la Península Ibérica), que su descendiente Abderramán III convirtió en un califato alternativo en el 929. Poco antes, en el 909 los Fatimíes habían hecho lo propio en Egipto. A partir del siglo XI se producen cambios muy importantes: el desafío a la hegemonía árabe como etnia dominante dentro del Islam a cargo de los islamizados turcos, que pasarán a controlar distintas zonas del Medio Oriente (mamelucos, otomanos), o de kurdos como Saladino; la irrupción de los cristianos latinos en tres puntos clave del Mediterráneo (reinos cristianos de la Reconquista en Al Ándalus, normandos en el sur de Italia y cruzados en Siria y Palestina); y la de los mongoles desde el centro de Asia.
Los eruditos como
al-Biruni, al-Jahiz, al-Kindi, Abu Bakr Muhammad al-Razi, Ibn Sina, al-Idrisi, Ibn Bajja, Omar Khayyam, Ibn Zuhr, Ibn Tufail, Ibn Rushd, al-Suyuti, y miles de otros académicos no fueron una excepción, sino la norma general en la civilización musulmana. La civilización musulmana del periodo clásico fue destacable por el elevado número de eruditos polifacéticos que produjo. Es una muestra de la homogeneidad de la filosofía islámica sobre la ciencia, y su énfasis sobre la síntesis, las investigaciones interdisciplinares y la multiplicidad de métodos.[34]
Ziauddin Sardar

La Kaaba en la Mezquita de la Meca o mezquita sagrada (Masjid al-Haram).

Mezquita de Córdoba.

Manuscrito árabe ilustrado del siglo XIII. La representación de figuras sólo se consiente en algunas interpretaciones del Islam, pero se prohíbe mayoritariamente (lo que incentivó otras artes, como la caligrafía árabe). Esta representa a Sócrates (Sughrat). La recuperación y difusión de la cultura clásica grecorromana fue una de las principales aportaciones del Islam medieval a la civilización.
Véase también:
Mahoma, Islam, Corán, Umma, Califa, Califato perfecto, Dinastía de los Omeyas, Califato Abasí, y Califato Fatimí
Véase también: Historia del Islam, Edad de Oro del Islam, Cultura musulmana, Filosofía islámica, Filosofía islámica antigua, Sufismo, Averroísmo, Ciencia islámica, Matemática en el Islam medieval, Literatura árabe, y Poesía árabe
Véase también: Al Juarismi, Avicena, Averroes, Maimónides, Ibn Jaldún, Omar Jayyam, Alhacén, y Algazel

Al-Andalus (siglo VIII al XV)
Artículo principal:
Historia de Al-Andalus
Véase también: Invasión musulmana de la Península Ibérica, Emirato de Córdoba, y Califato de Córdoba
Véase también: Abderramán I, Abderramán II, Abderramán III, Alhakén II, Hisham II, y Almanzor
Véase también: Tudmir, Banu Qasi, y Omar ibn Hafsún
Véase también: Ziryab, Moaxaja, Jarchas, Eulogio de Córdoba, Ciencia en Al-Ándalus, Arte de Al-Andalus, Arte emiral y califal, y Gastronomía del Al-Ándalus
Véase también: Muladí, Maulas, Dhimmi, Mozárabe, Yizya, Azaque, Aceifa, y Parias
Véase también: Medina, Arrabal, Zoco, y Alcazaba

Imperio carolingio (siglos VIII y IX)
Artículo principal:
Imperio Carolingio

Surgimiento y ascenso

Coronación de Carlomagno por el papa León III, el día de Navidad del año 800.
Hacia el
siglo VIII, la situación política europea se había estabilizado. En oriente, el Imperio Bizantino era fuerte otra vez, gracias a una serie de emperadores competentes. En occidente, algunos reinos aseguraban relativa estabilidad a varias regiones: Northumbria a Inglaterra, Visigotia a España, Lombardía a Italia, y el Reino Franco a la Galia. En realidad, el "reino franco" era un compuesto de tres reinos: Austrasia, Neustria y Aquitania.
El Imperio carolingio surge de las bases creadas por los predecesores de Carlomagno desde principios del siglo VIII (
Carlos Martel y Pipino el Breve). La proyección de sus fronteras a través de una gran parte de la Europa Occidental permitió a Carlos la aspiración de reconstruir la extensión del antiguo Imperio Romano Occidental, siendo la primera entidad política de la Edad Media que estuvo en condiciones de convertirse en una potencia continental. Aquisgrán (Aachen en alemán, Aix-la Chapelle en francés) fue elegida como capital, en una situación central y suficientemente alejada de Italia, que a pesar de ser liberada del dominio de los longobardos y de las teóricas reivindicaciones bizantinas, conservó una gran autonomía que llegaba a la soberanía temporal con la cesión de unos incipientes estados papales (el Patrimonium Petri o Patrimonio de San Pedro, que incluía Roma y buena parte del centro de Italia). Como resultado de la estrecha vinculación entre el pontificado y la dinastía carolingia, que se legitimaban y defendían mutuamente ya por tres generaciones, el papa León III reconoció las pretensiones imperiales de Carlomagno con una coronación en extrañas circunstancias, el día de Navidad del año 800.
Se crearon las
marcas para fijar las fronteras ante los enemigos exteriores (árabes en la Marca Hispánica, sajones en la Marca Sajona, bretones en la Marca Bretona, lombardos -hasta su derrota- en la Marca Lombarda y ávaros en la Marca Ávara; posteriormente también se creó una para los magiares: la Marca del Friuli). El territorio interior fue organizado en condados y ducados (unión de varios condados o marcas). Los funcionarios que los dirigían (condes, marqueses y duques) eran vigilados por inspectores temporales (los missi dominici -enviados del señor-), y se procuraba que no se heredaran para evitar que quedaran patrimonializados en una familia (cosa, que con el tiempo, no pudo evitarse). La consignación de tierras junto con los cargos, pretendía sobre todo el mantenimiento de la costosa caballería pesada y los nuevos caballos de batalla (destreros, introducidos desde Asia en el siglo VII, que se empleaban de una manera completamente distinta a la caballería antigua, con estribos, aparatosas sillas y que podían sostener armaduras).[35] Tal proceso estuvo en el origen del nacimiento de los feudos que había que ceder a cada militar de acuerdo con su rango, hasta la unidad básica: el caballero que ejercía de señor sobre un territorio, se quedaba para su mantenimiento con una reserva señorial y dejaba los mansos para sus siervos, que estaban obligados a cultivar la reserva con prestaciones gratuitas de trabajo a cambio de la protección militar y el mantenimiento del orden y la justicia, que eran las funciones del señor. Lógicamente, los feudos en sus distintos niveles sufrieron la misma transformación patrimonial que marcas y condados, estableciendo una red piramidal de fidelidades que es el origen del vasallaje feudal.
Carlomagno negoció de igual a igual con otras grandes potencias de la época, como el
Imperio Bizantino, el Emirato de Córdoba, y el Califato Abasida. Al mismo tiempo siguió una política de prestigio cultural y un notable programa artístico. Pretendió rodearse de una corte de sabios e iniciar un programa educativo (trivium y quadrivium), para lo que mandó llamar a la intelectualidad de su tiempo a sus dominios, dando impulso, con la colaboración de Alcuino de York, al llamado Renacimiento carolingio.

Recreación del mismo hecho por Rafael Sanzio, en las estancias del Vaticano (1517).

K-A-R-L-O-S. Monograma de Carlomagno, que éste utilizaba como firma. Llegado al poder, ya en edad adulta, no sabía escribir (cosa habitual en la época, en que únicamente algunos clérigos lo hacían). Como una de las medidas del programa cultural conocido como renacimiento carolingio, ordenó a sus nobles aprender junto con él, aunque nunca consiguió hacerlo con soltura.[36]

Ludovico Pío, hijo y heredero de Carlomagno.

División y hundimiento

Reconstrucción de un drakkar (barco vikingo).
Muerto Carlomagno en
814, toma el poder su hijo Ludovico Pío. Los hijos de éste: Carlos el Calvo (Francia occidental), Luis el Germánico (Francia oriental) y Lotario I (primogénito y heredero del título imperial), se enfrentaron militarmente disputándose los diferentes territorios del imperio, que, más allá de las alianzas aristocráticas, manifestaban distintas personalidades, interpretables desde una perspectiva protonacional (idiomas diferentes -hacia el sur y oeste se imponían las lenguas romances que se comenzaban a diferenciar del latín vulgar, hacia el norte y este las lenguas germánicas, como testimoniaban los previos Juramentos de Estrasburgo-, costumbres, tradiciones e instituciones propias -romanas hacia el sur, germanas hacia el norte-). Esta situación no concluyó ni siquiera en el 843 tras el Tratado de Verdún, puesto que la posterior división del reino de Lotario entre sus hijos (la Lotaringia, franja central desde los Países Bajos hasta Italia, pasando por la región del Rin, Borgoña y Provenza) llevó a los tíos de éstos -Carlos y Luis-, a otro reparto (el Tratado de Meersen -870) que simplificaba las fronteras (dejando únicamente Italia y Provenza en manos de su sobrino el emperador Luis II el Joven -cuyo cargo no suponía más primacía que la honorífica-), pero no condujo a una mayor concentración de poder en manos de esos monarcas, débiles y en manos de la nobleza territorial. En algunas regiones, el pacto no era más que una entelequia, puesto que la costa del Mar del Norte estaba ocupada por los vikingos. Incluso en las zonas teóricamente controladas, las posteriores herencias y luchas internas entre los sucesivos reyes y emperadores carolingios subdividieron y reunificaron los territorios de manera casi azarosa.
La división, sumada al proceso institucional de descentralización inherente al sistema feudal, en ausencia de fuertes poderes centrales, y al debilitamiento preexistente de las estructuras sociales y económicas, hizo que la siguiente oleada de invasiones bárbaras, destacadamente los
magiares y los vikingos, sumieran de nuevo a Europa Occidental en el caos de una nueva edad oscura.

Carlos el Calvo, rey de Francia Occidental.

Apogeo del Imperio carolingio hacia 814.

Divisiones del Imperio en los tratados de Verdún y Meersen.

Europa en torno al 998.

El sistema feudal
Artículo principal:
Feudalismo

Uso del término "feudalismo"
El fracaso del proyecto político centralizador de
Carlomagno llevó, en ausencia de ese contrapeso, a la formación de de un sistema político, económico y social que los historiadores han convenido en llamar feudalismo, aunque en realidad el nombre nació como un peyorativo para designar del Antiguo Régimen por parte de sus críticos ilustrados. La Revolución Francesa suprimió solemnemente "todos los derechos feudales" en la noche del 4 de agosto de 1789 y "definitivamente el régimen feudal", con el decreto del 11 de agosto.
La generalización del término permite a muchos historiadores aplicarlo a las formaciones sociales de todo el territorio europeo occidental, pertenecieran o no al Imperio carolingio. Los partidarios de un uso restringido, argumentando la necesidad de no confundir conceptos como
feudo, villae, tenure, o señorío lo limitan tanto en espacio (Francia, Oeste de Alemania y Norte de Italia) como en el tiempo: un "primer feudalismo" o "feudalismo carolingio" desde el siglo VIII hasta el año 1000 y un "feudalismo clásico" desde el año 1000 hasta el 1240, a su vez dividido en dos épocas, la primera, hasta el 1160 (la más descentralizada, en que cada señor de castillo podía considerarse independiente, y se produce el proceso denominado incastellamento); y la segunda, la propia de la "monarquía feudal"). Habría incluso "feudalismos de importación": la Inglaterra normanda desde 1066 y los estados latinos de oriente creados durante las Cruzadas (siglos XII y XIII).[37]
Otros prefieren hablar de "régimen" o "sistema feudal", para diferenciarlo sutilmente del feudalismo estricto, o de síntesis feudal, para marcar el hecho de que sobreviven en ella rasgos de la antigüedad clásica mezclados con contribuciones germánicas, implicando tanto a instituciones como a elementos productivos, y significó la especificidad del feudalismo europeo occidental como formación económico social frente a otras también feudales, con consecuencias trascendentales en el futuro devenir histórico.[38] Más dificultades hay para el uso del término cuando nos alejamos más: Europa Oriental experimenta un proceso de "feudalización" desde finales de la Edad Media, justo cuando en muchas zonas de Europa Occidental los campesinos se liberan de las formas jurídicas de la servidumbre, de modo que suele hablarse del feudalismo polaco o ruso. El Antiguo Régimen en Europa, el Islam medieval o el Imperio Bizantino fueron sociedades urbanas y comerciales, y con un grado de centralización política variable, aunque la explotación del campo se realizaba con relaciones sociales de producción muy similares al feudalismo medieval. Los historiadores que aplican la metodología del materialismo histórico (Marx definió el modo de producción feudal como el estadio intermedio entre el esclavista y el capitalista) no dudan en hablar de "economía feudal" para referirse a ella, aunque también reconocen la necesidad de no aplicar el término a cualquier formación social preindustrial no esclavista, puesto que a lo largo de la historia y de la geografía han existido otros modos de producción también previstos en la modelización marxista, como el modo de producción primitivo de las sociedades poco evolucionadas, homogéneas y con escasa división social -como las de los mismos pueblos germánicos previamente a las invasiones- y el modo de producción asiático o despotismo hidráulico -Egipto faraónico, reinos de la India o Imperio Chino- caracterizado por la tributación de las aldeas campesinas a un estado muy centralizado.[39] En lugares aún más lejanos se ha llegado a utilizar el término feudalismo para describir una época. Es el caso de Japón y el denominado feudalismo japonés, dadas las innegables similitudes y paralelismos que la nobleza feudal europea y su mundo tiene con los samuráis y el suyo. También se ha llegado a aplicarlo a la situación histórica de los periodos intermedios de la historia de Egipto, en los que, siguiendo un ritmo cíclico milenario, decae el poder central y la vida en las ciudades, la anarquía militar rompe la unidad de las tierras del Nilo, y los templos y señores locales que alcanzan a controlar un espacio de poder gobiernan en él de manera independiente sobre los campesinos obligados al trabajo.

El vasallaje y el feudo
Archivo:Hommage au Moyen Age: miniature.jpg
Un vasallo arrodillado realiza la inmixtio manum durante el homenaje a su señor, sentado. Un escribiente toma nota. Todos están sonrientes.
Dos instituciones eran claves para el feudalismo: por un lado el
vasallaje como relación jurídico-política entre señor y vasallo, un contrato sinalagmático (es decir, entre iguales, con requisitos por ambas partes) entre señores y vasallos (ambos hombres libres, ambos guerreros, ambos nobles), consistente en el intercambio de apoyos y fidelidades mutuas (dotación de cargos, honores y tierras -el feudo- por el señor al vasallo y compromiso de auxilium et consilium -auxilio o apoyo militar y consejo o apoyo político-), que si no se cumplía o se rompía por cualquiera de las dos partes daba lugar a la felonía, y cuya jerarquía se complicaba de forma piramidal (el vasallo era a su vez señor de vasallos); y por otro lado el feudo como unidad económica y de relaciones sociales de producción, entre el señor del feudo y sus siervos, no un contrato igualitario, sino una imposición violenta justificada ideológicamente como un quid pro quo de protección a cambio de trabajo y sumisión.
Por tanto, la realidad que se enuncia como
relaciones feudo-vasalláticas es realmente un término que incluye dos tipos de relación social de naturaleza completamente distinta, aunque los términos que las designan se empleaban en la época (y se siguen empleando) de manera equívoca y con gran confusión terminológica entre ellos:
El
vasallaje era un pacto entre dos miembros de la nobleza de distinta categoría. El caballero de menor rango se convertía en vasallo (vassus) del noble más poderoso, que se convertía en su señor (dominus) por medio del Homenaje e Investidura, en una ceremonia ritualizada que tenía lugar en la torre del homenaje del castillo del señor. El homenaje (homage) -del vasallo al señor- consistía en la postración o humillación -habitualmente de rodillas-, el osculum (beso), la inmixtio manum -las manos del vasallo, unidas en posición orante, eran acogidas entre las del señor-, y alguna frase que reconociera haberse convertido en su hombre. Tras el homenaje se producía la investidura -del señor al vasallo-, que representaba la entrega de un feudo (dependiendo de la categoría de vasallo y señor, podía ser un condado, un ducado, una marca, un castillo, una población, o un simple sueldo; o incluso un monasterio si el vasallaje era eclesiástico) a través de un símbolo del territorio o de la alimentación que el señor debe al vasallo -un poco de tierra, de hierba o de grano- y del espaldarazo, en el que el vasallo recibe una espada (y unos golpes con ella en los hombros), o bien un báculo si era religioso.
La
encomienda, encomendación o patrocinio (patrocinium, commendatio, aunque era habitual utilizar el término commendatio para el acto del homenaje o incluso para toda la institución del vasallaje) eran pactos teóricos entre los campesinos y el señor feudal, que podían también ritualizarse en una ceremonia o -más raramente- dar lugar a un documento. El señor acogía a los campesinos en su feudo, que se organizaba en una reserva señorial que los siervos debían trabajar obligatoriamente (sernas o corveas) y en el conjunto de las pequeñas explotaciones familiares (mansos) que se atribuían a los campesinos para que pudieran subsistir. Obligación del señor era protegerles si eran atacados, y mantener el orden y la justicia en el feudo. A cambio, el campesino se convertía en su siervo y pasaba a la doble jurisdicción del señor feudal: en los términos utilizados en la península Ibérica en la Baja Edad Media, el señorío territorial, que obligaba al campesino a pagar rentas al noble por el uso de la tierra; y el señorío jurisdiccional, que convertía al señor feudal en gobernante y juez del territorio en el que vivía el campesino, por lo que obtenía rentas feudales de muy distinto origen (impuestos, multas, monopolios, etc.). La distinción entre propiedad y jurisdicción no era en el feudalismo algo claro, pues de hecho el mismo concepto de propiedad era confuso, y la jurisdicción, otorgada por el rey como merced, ponía al señor en disposición de obtener sus rentas. No existieron señoríos jurisdiccionales en los que la totalidad de las parcelas pertenecieran como propiedad al señor, siendo muy generalizadas distintas formas de alodio en los campesinos.